señales



Cuando llego a la plaza él ya esta allí, un poco antes que yo,
casi un ovillo abrazado a su guitarra y bajo un sombrero de paja. 
Ovillo de Rodrigo y Villalobos, de Tarrega y Yepes, de Sor y de Granados, Andaluz capricho, anónimo preludio.
No le escucho, creo que apenas tres personas deben estar atentas, aguzando el oído a algo que acontece, paradójica pobreza sublime, entre todos los ruidos de la calle como un milagro.
Pienso que es un hombre sabio, no se porque me viene este pensamiento, supongo que es el resultado de verlo tantos días ovillado hacía sus cuerdas aparentemente ajeno a un mundo enloquecido.
Pasan diez minutos, veinte... se levanta y muy despacio pasa su sombrero. Todo en el va despacio, hasta parece que a su alrededor el tiempo cambia de estación.
Yo estoy sentado al borde de la fuente, observando y sacando mis conclusiones, cambiándolas por otras, haciendo una bola de papel de ideas, prendiéndole fuego, dándole las cenizas al viento mezclado con el agua. Trato de buscar un poema nuevo en las ventanas. Hay una mujer que cree que dibujo y cuando se acerca cree que estoy escribiendo un poema. No importa lo que le diga, ella ya ha emitido un juicio y se va sonriendo sumida en sus pensamientos. 

Él se acerca muy despacio, comentándose algo a si mismo, se gira hacía mi antes de irse para dejarme unas palabras:

—Tengo una hija, y a mi mujer y tengo a Dios, tengo suficiente, Dios... en todas partes, en el viento, en el agua... que fortuna... 












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