El bisonte y el conejo

Los dos están sentados en la tierra, uno apoyado sobre un inmenso roble, el otro sobre un pedrusco plano, los brazos abrazando las rodillas, la mirada perdida en el generoso nido de una cigüeña, o a lo mejor un poco mas cerca, en los zapatos olvidados de cualquier manera en la orilla del Allier:

—Me gustan tus zapatos, supongo que a ti también, si sopla algo de viento se los llevara el río, y no tienes muchos ¿vas a ir descalzo a partir de ahora mi querido Jean?

—Pierre.. se que te encanta meterte en los zapatos de los demás, no voy a ser yo quien censure una practica tan enriquecedora, pero se exactamente donde he dejado mis zapatos, es improbable que el viento los arrastre hasta el agua— Responde tranquilamente Jean François, clochard emérito de la ciudad de Moulins

—Los perderás... y tendrás que ir descalzo Jean, iras descalzo desde Moulins hasta Chartres el próximo domingo, y quien sabe si va a caer la nieve, hoy hay un sol radiante, es verdad, pero la nieve aquí llega de pronto y hay que estar preparado, si quieres me levanto y los muevo un poco hacia nosotros...

—Ni se te ocurra tocarlos, me gustan así, con los cordones sueltos, y esa luz que cae, son bonitos allí, ademas te he dicho que no sopla nada de viento. Pierre ¿conoces la historia del conejo y el bisonte?

—Creo que nunca me la has contado

—Bien, pues presta atención:
Hace muchos años vivía en una caverna un bisonte, afuera las nieves se perpetuaban y él debía andar durante muchas horas para llegar a los prados verdes que de una forma misteriosa existían al otro lado de la montaña, pero cada mañana se levantaba y caminaba sobre la nieve hasta llegar allí.
Un día encontró a un conejo en el prado. El bisonte nunca había visto un conejo y ciertamente tuvo miedo de que aquel competidor arrasara su querido prado, gracias al cual podía vivir en su cueva, así que tomando carrerilla trato de embestirlo. Por supuesto el conejo lo esquivo sin gran esfuerzo y colocándose detrás de él le dijo: —No se que eres ni de donde sales, pero esa no es una forma de saludar, si algo te ha molestado deberías hablar conmigo antes ¿no crees?

El bisonte se detuvo perplejo ante la muestra de agilidad y razonamiento de aquel extraño y diminuto ser y contesto:
—este es el lugar donde yo me alimento, vivo en una cueva y afuera siempre hay nieve, no puedo permitir que te comas la única comida que tengo...

—¿así que crees que este es el único prado que hay cerca de aquí? ven conmigo, te enseñaré otro lugar, pero tendremos que atravesar esas montañas y dejaremos atrás todo lo que has conocido hasta ahora.

El bisonte miro hacía atrás, allí arriba estaba su montaña, eternamente nevada, y en algún lugar su cueva, dudo un instante y después se dirigió de nuevo al conejo:

—Escucha te agradezco el ofrecimiento pero no te creo, nadie me asegura que mas allá existan mas prados, y ahora debo volver, empieza a caer la tarde y aun debo caminar mucho.

—Como quieras — Zanjó el conejo, y se marcho rápidamente mientras el bisonte por su parte volvía lentamente a su cueva.


Pierre miraba de hito en hito a Jean François esperando que continuase la historia.

—¿y ya esta? ¿pero que rayos de historia es esa? ¿no se acabará así? ese bisonte es un cabezón, como tú, que ya deberías haber recogido tus zapatos

—Pierre — dijo suavemente Jean Fraçois, algún día te contare la siguiente parte de esta historia, ahora puedes reflexionar acerca de la actitud del bisonte y el conejo, o puedes sencillamente plantearte que vas a comer hoy.

En ese momento una suave brisa movió las copas de los arboles, bajo deslizandose, tomando velocidad en la curva de los antiguos troncos, despeino a los dos amigos y envió los zapatos de Jean François a donde quiera que quisiese el río.


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