El regreso

Una bandada de cuervos sobrevuela Chartres, caen en picado y vuelven a subir, parecería que los girasoles les siguen, parecería que el viento esta bailando, diríase que siguen a alguien allí abajo que camina despacio, que regresa de un lugar lejano, camiseta azul con raya en medio, equipaje justo.
—¡Rex! ¡querido amigo! ¿pero de donde vienes con ese atuendo? ¿te has hecho futbolista?
—Te he dicho mil veces que no me llames así Pierre...
—esta bien, lo siento Max...
—Así tampoco.
—Bueno bueno, siéntate aquí con tu viejo amigo Pierre y cuéntame tus aventuras. Me dijeron que cruzaste el mar.
—He hecho un pequeño viaje, quería ir mas allá, quien sabe si mañana hubiese podido. ¿Se sabe algo de mañana?
—¿de mañana?
—Si ¿alguien consiguió llegar?
—¿a donde? me estas confundiendo Jean...
—A donde va a ser Pierre ¡a mañana!
—¡Oh! dios mio, me vas a volver loco un día de estos. Todavía no, sin embargo la gente lo intenta una y otra vez y se sacrifica el día como un cebo para fantasmas. ¡Jean! ¿pero a donde vas ahora? ¡acabas de llegar!
—Volveré en una hora, acabo de acordarme de algo que tengo que hacer ¡y es ahora o nunca!.

Contrariado Pierre vuelve a sus asuntos, frente al cuadro que estaba pintando, con sus colores y sus pinceles, inclinado levemente hacia adelante mientras una bandada de cuervos pasa sobre su cabeza.


La Casa de Jean es un vagón de tren abandonado en un prado que ha ido restaurando poco a poco. En su interior guarda un autentico museo. Abre la cerradura con una llave de otro tiempo y la puerta chirría al abrirse. Por fin esta en casa. Se sienta en su sillón, tan grande que podría abarcar a dos personas, mira a su alrededor y se pregunta en que lugar va a colocar lo que tiene en su bolsillo.

Finalmente en un estante, junto a una botella verde, decide colocar una especie de vaso hecho con una calabaza, del cual emerge una especie de tubito de plata. De pronto descubre que en el fondo del vaso hay algo, parece un papel. Se queda petrificado, no quiere imaginárselo pero quizá alguien del avión tratase de comunicarse de forma secreta con él ¡tal vez necesitase ayuda!. Le tiemblan ligeramente las manos. Quizá se trate únicamente de una servilleta para evitar la humedad.
Finalmente decide utilizando dos dedos extraer el papel del fondo del vaso, lo abre, hay algo escrito:

—¿volverás o tendré que ir a buscarte?

Jean se relaja y sonríe para si. Hay una dirección en el papel. Es improbable que alguien haga semejante viaje solo para verme —piensa— pero sin embargo...
quizá, quien sabe, ella descubriese la dirección de él. Jean pensó que el frigorífico de aquella casa era un buen lugar para dejarla, junto a un queso de bola. Quien sabe.

Vuelve a sentarse en su sillon y se queda profundamente dormido. En el tejado del vagón los cuervos también duermen.




  

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